«Una mujer me miró a través de la vitrina en un centro comercial. Y bien, en su mirada me vi con tres hijos, un perro en el patio, el miedo a perder el trabajo, los préstamos interminables, y unos atardeceres de domingo eterno en casa de sus padres.
Sentí el peso de las mañanas iguales, de las tardes iguales, de las noches repetidas, de los iguales reproches. Rápidamente desvíe la mirada, apure el tranco y salí a la calle.
Había sobrevivido a no de esos momentos fatales con que la ciudad suele sellar el destino de los hombres»